Sus bigotes y largos colmillos son rasgos inconfundibles de este mamimfero pinnípedo conocido como morsa. Su nombre científico es Odobenus rosmarus, está emparentado con las focas y leones marinos y se distribuye, principalmente, en el Atlántico, el Pacífico y el mar de Laptev. Aunque no hay certeza de ello, existen estudios que ubican la población mundial de este mamífero en 250 mil especies. Las temperaturas medias en las que residen van desde los 5 grados centígrados a 40 los grados Fahrenheit.
La morsa ocupa el segundo lugar en la lista de grandes pinnípedos, después del elefante marino. Se cuentan tres subespecies según su ubicación: la morsa del Atlántico, la morsa del Pacífico y, la menos reconocida en la actualidad, la morsa Odobenus rosmarus laptevi que habita en el mar de Laptev, ese trecho del océano glacial ártico que abarca la costa oriental de Siberia, la península de Taimir, la Tierra del Norte y las islas de Nueva Siberia.
En general, estos mamíferos semiacuáticos son muy voluminosos. Pero su peso y dimensiones varía según el sexo y la subespecie. Los machos del Pacífico, por ejemplo, miden entre 2.7 y 3,6 metros, y pesan entre 800 y 1700 kilos, siendo los más grandes de su tipo. Mientras, las hembras miden de 2 a 3 metros y pesan entre 400 y 1250 kg.
Quizás el rasgo más característico de la morsa son los pronunciados colmillos que alcanzan un metro de longitud en los machos y 80 centímetros en las hembras. Comienzan a desarrollarse al año de edad y, progresivamente, se van convirtiendo en un recurso vital para la supervivencia de este animal. Son tan fuertes y rígidos, que pueden ayudarle a salir del hielo e incluso a trepar. Acompañados de otras 18 piezas dentales, son una muestra de dominio social y un arma letal en sus luchas por el apareamiento.
En cuanto a sus características físicas podría decirse que la morsa tiene una cara pequeña carente de orejas externas, y unos llamativos bigotes (entre 400 y 700) que abarcan buena parte de su boca. Su piel gruesa recubre densas capas de grasa que le resguardan del frío, y está cubierta de pelos marrones que cambian de color (gris o rosa) según la temperatura del agua.
Su silueta es redondeada. Está dotada de un par de aletas pectorales de apariencia corta y cuadrada que le ayudan a navegar y a moverse sobre la tierra. Asimismo, consta de otras dos aletas triangulares en la parte trasera del dorso que, dotadas de cinco dígitos de hueso, le sirven para propulsarse.
Especialmente curioso resulta su abultado cuello, que le diferencia de varios tipos de foca. También su textura rugosa y los destacados nódulos que suelen crecer en la dermis del macho, y que han sido reseñados como una cualidad sexual secundaria de este animal.
Quienes se han dedicado a su estudio, han determinado que la morsa se suele mover en manada, principalmente por la costa y sobre los témpanos. Se dividen por sexo, manteniendo una relación “cordial”. Sin embargo, ese “lazo” de “amistad” se ve vulnerado en la época reproductiva (de enero a marzo), cuando los machos se ven obligados a enfrentarse por el derecho de apareamiento e incluso, por la supremacía sobre el harén. En caso de ser sorprendida, la manada tiende a huir en estampida, llegando a derribar a integrantes de su propio grupo.
Distinto a lo que muchos pueden creer, sobre tierra la morsa puede desplazarse casi tan rápido como el hombre. Corren con sus cuatro aletas como si de un perro se tratase. Estando en el agua nadan a 7km por hora, pudiendo acelerar a 35 km por hora. Los especímenes arraigados en el Atlántico y en el Pacífico tienden a migrar hacia el norte en verano, concretamente cuando las aguas se libran del hielo.
Emplean todos sus sentidos para comunicarse, pero sus bigotes son los mejores aliados en este proceso. Se dice que cada uno de ellos tiene sus propias terminaciones nerviosas que transmiten mensajes al cerebro. De hecho, se cree que, al entrar en contacto entre sí, las morsas experimentan sensaciones positivas a través de las barbas. Con ayuda de sus cuerdas vocales emiten ladridos, gruñidos, silbidos y chasquidos. Los machos, concretamente, realizan sonidos comparados con campanadas bajo el agua, para encontrar a sus compañeros.
La morsa es amante de las almejas, pero es capaz de comer todas las criaturas acuáticas que encuentre a su paso: gusanos, corales, camarones, cangrejos y hasta focas de ser necesario. Este animal suele sumergirse a unos 80-90 metros de profundidad en busca de su presa, e incluso puede mantenerse allí durante 30 minutos o más, hasta lograr encontrarla.
Sus sensibles bigotes actúan como una especie de radar, que le orientan hacia su “objetivo” más cercano. Si se topa con una almeja, por ejemplo, sella sus labios en el caparazón de la misma y retrae la lengua con tal rapidez, creando un vacío que le ayuda a succionarla sin dificultad. Esta acción combinada ha sido comparada con el “sorbo” de una aspiradora.
Aunque su visibilidad no es completamente óptima en aguas turbias, se vale de la barba para dar con su alimento. Además, acumula grandes cantidades de agua que luego rocía fuertemente sobre el suelo para descubrir la comida, actividad que tiende a realizar unas dos veces al día. Expertos aseguran que una morsa puede consumir el equivalente al 6% de su peso corporal. Incluso, los ejemplares femeninos casi duplican esta cifra durante el período de gestación, llegando a engullir más de 6 mil almejas en una sola jornada.
A pesar de tener dientes la morsa no suele masticar, sino tragar. Cuando hay escases, no encuentra más remedio que nutrirse de animales muertos.
Las regiones del Oceáno Ártico y las zonas sub árticas son el hábitat natural de las morsas. Necesitan climas fríos (5 grados centígrados a 40 grados Fahrenheit) y profundidades no mayores 80-100 metros, por lo que el intento por mantenerlas en cautiverio resulta extremadamente costoso. Con el tiempo se ha logrado demostrar que estos animales prefieren mantenerse en las capas de hielo que sumergidas en el agua. Tienden a buscar la tierra solo para descansar o procrear.
Como se ha mencionado con anterioridad, la morsa se despliega por los océanos Atlántico y Pacífico, y por el mar de Laptev. De allí que se le puede ubicar en los mares de Bering y Chukchi, así como en zonas costeras del noreste de Canadá y Groenlandia.
Investigaciones científicas han determinado que el macho de la morsa se desarrolla sexualmente a los siete años de edad. Pero comienza su apareamiento a los 15 años de edad. La hembra, por su parte, madura entre los cuatro y seis años, pero inicia su reproducción a los 10 años.
Cuando una morsa entra en celo es rodeada por varios machos que empiezan a emitir sonidos para demostrar su intención de apareamiento, tanto a ella misma como a los otros posibles candidatos. Aunque el “cortejo” se lleva a cabo en la tierra, la cópula se ejecuta en el agua.
Por lo general, en las manadas se llevan a cabo fuertes combates que dejan heridas en los cuellos y espaldas de los machos que luchan por el derecho a convertirse en la pareja de una o varias hembras. Y es que un macho puede emparejarse con 20 morsas en una misma época de apareamiento (entre enero y abril.)
Se dice que un embrión de este animal puede demorar hasta cuatro meses para “adherirse” a la placenta de la madre. Luego pasarán 12 meses más para el alumbramiento, y dos años más para un nuevo parto.
Las crías de morsa pesan entre 100 y 170 libras. Al principio comen solo leche y se mantienen con la mamá hasta por cinco años. Al dar a luz, la morsa se aleja de la manada principal y se incluye en una de madres e hijos, en la que todas se “apoyan” para el cuidado de los retoños, incluyendo aquellos que hayan quedado huérfanos.
Una morsa puede vivir 40 años. Esto gracias al desarrollo de diferentes programas de conservación que han frenado el peligro de extinción que anteriormente existía, debido a la caza furtiva, para la obtención de sus colmillos. Si bien su hábitat puede verse vulnerado por parásitos y virus, hoy en día no es un episodio habitual. Tampoco el ataque de sus dos más grandes depredadores: el oso polar y la orca.
El riesgo mayor para este animal está centrado, principalmente, en el calentamiento global, pero no se ha hablado hasta el momento de un peligro real de extinción. Hay cifras que ubican a su población mundial en 250 mil habitantes, pero es importante una actualización de esos datos.
Castro, Laura. (2020). Morsa. Recuperado el 22 de febrero del 2024, de Faqs.Zone: https://faqs.zone/morsa/